Es casi como si hubiera un cordón alrededor de estos grandes picos, más allá del cual nadie puede ir. La verdad, por supuesto, radica en el
hecho de que a partir de los 7.500 metros los efectos de la baja presión atmosférica sobre el cuerpo humano son tan graves que resulta
imposible superar los tramos realmente difíciles, y las consecuencias de una tormenta, incluso benigna, pueden ser letales; que nada salvo
las más perfectas condiciones climatológicas brinda la menor posibilidad de éxito, y que en el último trecho de la escalada ningún grupo está
en situación de escoger día... No, no es extraordinario que el Everest se resistiera a los primeros intentos de conquista; en efecto, lo contrario
habría sido sorprendente y no poco triste, pues no es ése el estilo de las grandes montañas. Quizás; en esta era de conquistas mecánicas nos
habíamos vuelto un poco arrogantes con la flamante tecnología de ganchos para hielo y zapatillas de goma. Habíamos olvidado que la
montaña sigue reservándose la carta definitiva, y que sólo concede el éxito cuando así le conviene. ¿Por qué, si no, sigue siendo fascinante
el montañismo?
Eric Shipton, en 1938
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