Era una casa pequeña, tres cuartos pequeños y
un baño aglomerados en un pequeño espacio, era vecindad de esas que salen en
las telenovelas pero más marginal, aunque mi madre haciendo acopio de su gracia
la había convertido en un hogar muy agradable, agregando flores por aquí,
aromas por allá, cociendo nuevas cortinas,
manteniendo todo limpio y ordenado. Era reconfortante estar ahí, en la
belleza de la humildad.
Ahí vivía con mi madre, también mi padre pero
el casi nunca estaba, era una figura que llegaba muy entrada la noche y salía
mucho antes que el sol, para mi éramos solo mi madre y yo y de alguna forma
para mi padre solo eran él y mi madre. Éramos una familia dividida en pequeñas
sociedades pero no importaba, así íbamos bien.
Mi madre era yo con un poco menos de gracia,
era alta, delgada y su única gran vanidad consistía en un lacio y largo cabello
rubio que le caía en cascada sobre los hombros. Era bella, claro, para mí la
más bella, pero siempre usaba esas faldas a media pierna y esos sacos grises
que me recordaban a aquellas aspirantes a monjas y tenía una expresión fría e
inexpresiva en el rostro. Daba miedo si
no la conocían pero yo que había vivido tanto con ella, había visto sus
sonrisas, sus lágrimas, habíamos cotorreado de esto y de aquello y a decir
verdad era muy buena contando chistes. Solo con extraños era quien parecía ser.
Nuestra vida siempre fue tranquila, rutinaria,
con los matices de la cotidianeidad hasta que lo conocí. Acababa de cumplir 14
años y entre libros lo conocí, me gusto de inmediato, como solía gustarme
cambiar el peinado de mis muñecas o agregar adornos a mi vestuario. Fue algo
extraño, ahora me gustaba alguien que caminaba y respiraba. Era alto, moreno,
con unos penetrantes ojos miel y un cabello negro azabache que se acomodaba
grácilmente sobre su cabeza. Yo debí de gustarle también, tenía muchos atributos, era alta, delgada
como madre y había heredado su dorada cabellera. En adición, yo a diferencia de
mi madre encontraba mejor armadura en una sonrisa permanente y una alegría
indiferente. Así que nos gustábamos y con el tiempo él comenzó a ir a casa.
Sabía que mi madre se debatía entre su buena personalidad y el hecho que andaba
tras las faldas de su hija…. A veces ganaba lo primero, otras no.
Ese miércoles, me desperté como de costumbre,
eran días festivos pero yo siempre madrugaba mientras observaba los agiles
movimientos de mi madre por arreglarlo todo antes de irse a su trabajo como
dependienta de una tienda.
Té y tostadas, no había mejor desayuno que
eso. Yo desayunaba tranquilamente esperando que sonará el timbre. No demoró en
sonar y pronto él apareció sonriendo con su dentadura perfecta, ni mi madre
podía resistir eso y como de costumbre fue invitado a desayunar. Conversaba de
cualquier cosa sin aburrirme, era fácil seguir sus palabras e imposible no
perderme en sus gestos. Mi madre desaprobaba mi admiración sin duda, pero que
otra cosa podía hacer con ese ser que era fruto de mis hormonas recién
estrenadas.
Así pasamos la mañana, conversando e intentando
resolver ecuaciones. Con él progresaba más que sola a pesar de la incesante
conversación.
Mi madre anuncio a casi media mañana que debía
irse, que ese día volvería más pronto y que dejaba el arroz cociéndose, que 20
minutos serían suficientes. Yo asentí, siempre era igual. La vi dirigirnos una
mirada inquieta que sus rasgos fríos no pudieron ocultar y salir.
Todo eso lo recuerdo como si hubiese sido hace
pocas horas, pero lo que siguió apenas puedo recordarlo, y algunas imágenes se
superponen, he llegado al punto en que no sé que es real o que producto de mi
desesperación por llenar esas huecos.
Creo que me levante a cerrar la ventana de la
cocina, tal vez porque hacía mucho frío o porque no quería a ningún vecino
curioso rondando por ahí, no lo sé, pero la cerré y el se levanto tras mío. Conversábamos de algo serio, estoy segura, por
las expresiones que recuerdo. Nuestro
dialogo no duro mucho y lo abrace, me gustaba sentir su espalda dura entre mis
brazos, yo era tan delgada que el agarraba mi cintura con una mano y parecía
medio rodearla, eso me encantaba, me daba la sensación de ser una muñeca que él
podía sostener en una mano sin problema. No sé porque, pero eso me enloquecía.
Y esa vez me enloquecía.
Recuerdo haberlo besado mientras escuchaba los
brotes del arroz a mis espaldas, aunque esto último es un recuerdo vago, el
candor de sus labios, su aliento, el ardor que me provocaba besarlo, eso es, en
cambio, tan real.
Recuerdo haber estado contra la cocina que se
sentía bastante caliente, tal vez por el arroz que hervía o simplemente por el
contacto de nuestros cuerpos, pero algo ardía, afuera o adentro… tal vez ambos.
Como un juguete me levanto sobre las hornillas
que no estaban encendidas, eso es lo último que medio recuerdo, el resto es una
mancha confusa de calor, besos, pasión y sexo…. Ese día descubrí muchas cosas,
descubrí el sexo y el amor, ese día sentí que lo amaba, solo ese momento
eterno. No sabía que quemaba más si mi cuerpo o mi corazón.
Toda esta confusión de sensaciones y sentimientos
acompañada por un olor que desde
entonces asocio a esos momentos y a él: el aroma del arroz que se quemaba.
Ese olor es lo más claro de todo.
El resto ya no es nada, es rutina, es
oscuridad, es nuevas camas, nuevos amantes, hijos, carreras, nada. Y del todo solo me queda el arroz quemado.
Muy buen relato, con emociones e intriga, un final increible
ResponderEliminarAbrazo