7.10.12

El asesino

Vuelves a mí... porque el asesino siempre vuelve al lugar del crimen



No dejó huellas, ni sangre derramada, no hubo testigos. Fue un crimen perfecto. Se alejó de su victima con la luz del día resplandeciendo en sus ojos, con la brisa del sol quemandole los brazos, con el hálito del infierno escondido en los rayos del sol. 
No encontraron el cuerpo enseguida, fue la luna quién se dio cuenta que un corazón había dejado de latir. Cuando la encontraron era demasiado tarde.
Era un crimen demasiado perfecto, no había asesino que buscar, solo quedaba plantear teorías, imaginar escenarios, tantear nombres, tergiversar situaciones. Apenas la conocían, nada sabían de ella en realidad. Siempre fue muy cautelosa, excéntrica, aislada. 
Era un tema inagotable del que hablar, con la seguridad de que nadie de ellos pasaría por algo así.
Nadie lloró la perdida, ni nadie noto la ausencia. No entonces.
Él, mientras tanto, podía salir, sus pasos no tenían que ser cautelosos, no tenía que escuchar susurros entre las ramas de los arbustos, no tenía que temer sombras que lo custodian. No temía porque no recordaba. Escuchaba y se preguntaba quién sería el asesino, pero no muy seguido. Al mirarse al espejo no veía un asesino, se veía tan normal como había luchado por serlo, tan simple, tan él, tan ajeno a ella.
Pero ella volvió, con la brisa de las hojas secas, con el susurro de los que no están, volvió sin siquiera tener las cenizas de su difunto corazón. Volvió con una herida en su pecho como único testigo del crimen, con un dolor que no menguaba, un dolor que no se podía llorar.
Estaba muerta para este mundo, muerta para ella, muerta aunque seguía viva.
Recordaba bien a su asesino pero nunca lo nombró. Su nombre, sin embargo,  le perseguía... el viento chillaba ese nombre en sus oídos... la lluvia le escocia mientras grababa su nombre en su piel... ese hueco en su pecho le recordaba que ya no podía morir, y en cada paso la piel se desgarraba aún más y recordaba. Y mientras recordaba más viva estaba.
Y no quería estar.
Una noche, él volvía a casa mientras la luna vacilaba al formar su sombra. Ella lo esperaba. Si, era como ver un muerto-pensó él. Pero ella estaba viva y simplemente le tendió su mano ofreciéndole una la daga que sostenía. Él la miró sin comprender.
Termina lo que empezaste-dijo ella tocando el agujero de su pecho-En realidad no lo mataste porque aún duele, agoniza pero ya no en mi pecho. 
Fue entonces cuando el asesino sintió otro latido en su pecho, un latido débil, agonizante, lastimero, un latido ajeno al de su corazón. Era su victima, no lo había matado, era cierto. simplemente se lo había arrancado a ella.