Atuntaqui, 1994 |
Estoy evitando el momento en que salga por la puerta pues sé
que no volveré y si lo hago ya no será la misma casa ni yo seré la misma, por
eso quiero guardarme en un rincón, oculta entre los fantasmas de la casa, en
las nostalgias de cemento, los adioses de teja, las alegrías de césped.
Pero mientras todos se van y los cuartos se vacían, la casa
va muriendo lentamente…
El jardín esta al fondo, como supongo están todos los
jardines, el paisaje ahora es triste, seco, muerto, apenas unos pocos hierbajos
conservan el color verde y no hay ninguna flor, solo Roberto, el árbol de
aguacate que fue mi segundo hogar de niña conserva las hojas completamente
verdes pero me mira lejos a través de la barrera de alambre que ahora cruza el
jardín. Ese pedazo de tierra hace años me parecía una selva inmensa llena de
cosas que explorar, pocas veces me atreví a recorrerlo entero normalmente lo
hacía solo en diagonal mientras me imaginaba extrañas criaturas surgiendo de
las ramas. Aun puedo verme saltando las paredes de tierra para entrar porque me
olvide la llave o para salir sin que nadie lo sepa y nunca nadie lo supo. Ahí
está el gallo blanco subido en un árbol mientras mi padre lo seduce a bajar y
el matorral en el que la gallina acostumbraba a poner sus huevos… pero ahora ya
todo eso desapareció.
Al entrar esta la lavandería que nunca usamos, un cuadrado
de cemento sin llave de agua y dentro del que se han ido acumulando hojas
secas, botellas, retazos, pedazos de vida y de muerte. Al frente la cocina,
llena de olores, ahí debí haber quemado mis primeras ollas y prendido mis
primeros fósforos, en los rincones aun puedo escuchar las risas, las palabras
preocupadas, los llantos, aquí todo se mezcla los recuerdos y los rostros, lo
que fue y lo que pudo ser. El recuerdo más nítido es que solía traer mi tina de
agua aquí y podía pasar horas bañándome en medio de la cocina.
Junto, está el cuarto de mis padres que ahora es otro mundo,
empezó a serlo hace 16 años cuando nació mi hermano, él lo fue transformándolo
hasta que hoy son cuatro paredes en las que un mundo incomprensible para los
demás se ha tejido, ahora ya no es de nadie.
Al lado está el cuarto improvisado que fue hecho para mí en
un intento desesperado de mis padres por orillarme a dormir sola, no funciono
porque yo seguía insistiendo en dormir a su lado y el cuarto poco a poco fue
quedando deshabitado y olvidado, el único rincón con vida es aquel junto a la
ventana, ahí está el escritorio, desde que llego se instaló ahí y yo también me
instalaba tarde tras tarde a resolver problemas matemáticos, a jugar con las
acuarelas buscando mi pintora interior y vencida finalmente volviendo a las
letras en las que pasaba horas leyéndolas o escribiéndolas. Si alzas la mirada
veras una escalera de piedra, arriba se oyen pasos aunque nadie ha subido aun,
siempre hizo ruido ese espacio de la casa.
Si subimos esta mi cuarto, mis cuartos, el primero a la
entrada estuvo lleno de libros, los que
habían sido leídos, los que esperaban por ser leídos y los que nunca serian
leídos, al cruzar la puerta que tenemos enfrente esta m cuarto, el lugar más
solitario de la casa, no hay recuerdos sino ideas, un suelo tapizado de letras
que se fueron cayendo a lo largo de la vida y dos grandes ventanas en las que
todas las noches se reflejaban mis miedos, aun se pueden ver sus
fantasmas. No hay recuerdos de amor,
apenas unos suspiros y unas lágrimas. Que le pasara a tanta soledad cuando ya
no haiga nada?
Si seguimos saliendo las formas se vuelven borrosas, el
resto de la casa es ajeno, lejano. Está el patio en el que paseaba con mi moto
de juguete, si sigues recto está el baño junto al cual una pequeña bodega aun
esta atiborrada de fantasmas de cosas probablemente haya un gato muerto en el
fondo aplastado por esos fantasmas como tantos otros. Pero podemos desviarnos a
la izquierda y subir las gradas, el pasillo y los cuartos que se alzan a su
derecha también me son ajenos, he entrado a todos y en ninguno he encontrado ni
dejado nada. Solo en el primero, ese es también
otro mundo, un mundo de oscuridad, que no se hizo para quienes ven sino para
quienes pueden hablar.
Pero mejor subimos más y vamos a la terraza, ese lugar si
estaba plagado de recuerdos, de alegrías, de amores y de lágrimas. En cada
rincón se esconden las formas del ayer, pero solo voy a ir al centro a tenderme
en el piso de cemento y ver el cielo, recordando todas las formas que tomo
estos años, recordando las veces que me dormí en esa posición, soñando con
despertarme allá en uno de esos puntitos brillantes que me mostraba el cielo.
Pero tendré que abrir los ojos y habrá que bajar y recoger
las maletas antes de salir pero sé que ya no estarán allí, se habrán adelantado
a otra casa…