Así se reanudó
una amistad prohibida que por lo menos una vez se pareció al amor.
Hablaban hasta
el amanecer, sin ilusiones ni despecho, como un viejo matrimonio condenado a la
rutina. Creían ser felices, y tal vez lo eran, hasta que uno de los dos decía
una palabra de más, o daba un paso de menos, y la noche se pudría en un pleito
de vándalos que desmoralizaba a los mastines. Todo volvía entonces al principio,
y Dulce Olivia desaparecía de la casa por largo tiempo.