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Se lo habían dicho en el transcurso de su vida, pero él ya había escogido su camino. No importase cuantas veces le dijeran que debía dejarla y olvidarla porque se estaba haciendo daño y se estaba quedando tonto. No escuchaba las veces que le dijeran que tenía que dejarla de ver, ella ya estaba metida en su sangre.
No importaba que ya no podía hablar, que se estuviese quedando sin voz, ellos llevaban juntos demasiados años, muchos… incluso antes de conocerse él sentía que se pertenecían.
Él había escogido su camino y no quería mirar atrás. Su corazón, su mente, su alma… todo cuanto era o había sido le pertenecía a ella.
Para los demás ella no era nada más que un trapo sucio que nadie podía lavar, no era pues para los otros una historia de dos, era una historia de uno. Era la lucha de él contra su obsesión, una lucha con sus caprichos.
Debía dejarla, ese era su veredicto.
Pero lo que ellos no sabían o no querían ver, eran todas las primaveras que pasaron juntos, los caminos sin retorno que recorrieron, las palabras que tatuaron en el aire, las sonrisas que grabaron en sus memorias.
Era tarde.
Su perfume se había impregnado en el aire, su vida tenía su aroma, los demás era un abismo.
Era tarde.
Pero el estaba decidido a limpiar todo lo podrido que empañaba su nombre.
